Uno de los aspectos más llamativos de la construcción pétrea es indudablemente la resolución de los problemas derivados del movimiento de grandes pesos. En las próximas entradas pasaremos revista a algunos de los casos, no necesariamente los más espectaculares, cuya ejecución supuso un considerable esfuerzo tanto de medios como de ingenio por parte de los antiguos constructores. De entrada, debemos recordar que la filosofía de este blog es reflexionar sobre la construcción antigua a partir de su realidad material. Las especulaciones acerca de los medios auxiliares empleados, cuya deducción es precisamente el método para dar la solución al “problema” de cómo fue posible realizar los monumentos con despiece gigantesco, se alejan de nuestra intención porque precisamente tales medios -casi siempre efímeros- no suelen dejar en la propia construcción una huella significativa. El ejemplo clásico es el conjunto de técnicas que permitieron el acarreo y la elevación de los bloques utilizados para erigir la Gran Pirámide de Giza, obra que ha hecho correr ríos de tinta (puede el lector curioso recorrer Internet para darse cuenta de ello) y cuyo esclarecimiento, en nuestra opinión, está todavía lejos.
Una imagen tópica: el tamaño de los sillares de la Gran Pirámide
A las huellas de tipo arqueológico que puedan ser perceptibles en los propios monumentos o en su entorno, hay que añadir la información aportada por las representaciones históricas sobre estos trabajos. Salvo aquéllas que están próximas a nuestra época, y forman parte de nuestras coordenadas intelectuales por cuanto son informaciones de naturaleza técnica que nos son comprensibles, las imágenes que nos ha legado el pasado sobre estos trabajos extraordinarios –más adelante insistimos en que el movimiento de los grandes monolitos siempre debe de ser considerado así- han de ser estudiadas con cautela. Así, el célebre relieve del traslado del coloso de alabastro de Djehutihetep (¿XI Dinastía? 1932-1842 a.C.) ha suscitado controversias porque las cuentas no cuadran: con un peso estimado de 60 Tm. y arrastrado sobre una narria, los 90 operarios repartidos en cuatro tiros que aparecen resultan ser insuficientes (puede calcular mentalmente el lector el reparto de carga por trabajador para comprender que la escena tal cual se representa es inverosímil). Aunque se nos ocurren argumentos a contrario. ¿Y si la representación no está a escala proporcionada y el bloque no medía 12 codos (6,25 m.) de altura? ¿Y si no es agua del Nilo lo que un operario derrama delante de los patines de la narria para reducir la fricción? Hay que pensar que no se trata de una representación técnica, sino de una imagen conmemorativa; no hay por qué rasgarse entonces las vestiduras: el espectador comprende de inmediato lo que la escena quiere transmitir, sin necesidad de descender a los detalles.
Reproducción de la pintura mural de la tumba de Djehutihetep (Al-Bersha, Egipto) que muestra el traslado de su estatua colosal.
La siguiente imagen, por el contrario, procede de un documento técnico: la memoria del traslado del Obelisco Vaticano, dirigida por el arquitecto Domenico Fontana en 1586. Las 327 Tm. de peso fueron desplazadas e izadas contando con 900 hombres, 75 caballos y un sinfín de sogas, tornos y poleas. No hay lugar aquí para la especulación, puesto que todos los problemas y sus soluciones están detalladamente descritos.
Detalle de la erección del obelisco del Vaticano, Roma.
Domenico FONTANA, Della transportatione dell’obelisco vaticano et delle fabriche di nostro signore Papa Sixto V (Roma, 1589)
Por nuestra parte, me gustaría apuntar varios aspectos:
El movimiento de grandes bloques ha sido siempre una actividad excepcional.
Traslado de un monolito conmemorativo de un antepasado en Bawemataloeo (Isla de Nias, Indonesia). Se necesitaron 525 personas y 3 días de trabajo.
Es evidente que el desplazamiento de esta piedra es, aparte de un esfuerzo, un acto solemne. Tampoco el viajero que recorriera la región de Carrara en 1928 esperaría encontrarse con esta imagen, donde se adivina que el traslado del monolito ha exigido la construcción de una calzada ex profeso.
Transporte de uno de los monolitos del Obelisco del Duce (actualmente Obelisco del Foro Italico, Roma).
Jean-Pierre ADAM, La Construcción Romana. Materiales y técnicas, Editorial de los Oficios, León, 2002, p.30
La realización de obras extraordinarias ha sido siempre asociada a los ojos de la posteridad a capacidades igualmente extraordinarias.
En la siguiente imagen vemos una representación de la construcción de Stonehenge por parte del mago Merlín, ayudado por los gigantes, tal como la imaginó un anónimo amanuense medieval. Añádase a esto que se dice que Merlín hizo trasladar los grandes monolitos del henge inglés desde Irlanda … por los aires.
Merlín ayudado por los gigantes construye Stonehenge.
Miniatura de WACE, Roman de Brut (British Library, Ms. Egerton 3028,), s.XIV.
En este sentido, son frecuentes en la tradición europea las leyendas que asocian las grandes construcciones al Diablo (por ejemplo, el acueducto de Segovia). Así que cuando leemos que las pirámides mesoamericanas o egipcias fueron supuestamente construidas por una civilización extraterrestre estamos ante la actualización de dicha leyenda.
La falta de experiencia previa hace que el profano tienda a considerar el problema del movimiento de una magnitud superior a la que realmente es.
Es frecuente que los datos de partida, que siempre son el peso, las dimensiones de la carga a transportar y la distancia, disparen la imaginación del estudioso. Yo he visto a un cantero jubilado trasladar por el taller un dintel que pesaba seis veces más que él sin apenas esfuerzo. Pero claro, había un buen firme y se trataba de un hombre con experiencia.
La misma Gran Pirámide de la primera fotografía, pero en una zona construida con sillares mucho más pequeños.
Sugerencia: Un carpintero jubilado que erige monolitos sin ayuda de nadie (youtube).
Las técnicas utilizadas son siempre la combinación de principios muy sencillos
Principios conocidos empíricamente a pesar de que aún no se hubieran formulado teóricamente: la ley de la palanca, la disminución del rozamiento mediante la disminución de la sección del apoyo, la multiplicación de la fuerza de tiro mediante el principio de polea, el concepto de centro de gravedad o de descomposición vectorial de la fuerza aplicada.
La acumulación de experiencias previas (de nuevo el conocimiento empírico) conduce a la optimización de la técnica.
Esto contrasta con tratarse de actividades poco frecuentes, de las que probablemente en muchos casos no había suficientes experiencias anteriores. Por ello debe de pensarse que las técnicas no se aplican de manera ya desarrollada, sino a partir de sus principios y es el propio hecho, la propia proeza, la que permite ir perfeccionando sobre la marcha el método. Un ejemplo claro es la experiencia realizada en Bougon (Deux-Sèvres, Francia), a través de la interpretación arqueológica de uno de estos sistemas de transporte. En agosto de 1979 se intentó desplazar un bloque de caliza de 32 Tm mediante los recursos que se supone debieron de poseer los constructores de los túmulos de Bougon (IV milenio a.C.). La operación fue dirigida por el arqueólogo Jean-Pierre Mohen. Necesitó el esfuerzo de 200 personas accionando tres grandes palancas (troncos de madera) y haciendo desplazar el bloque sobre raíles de madera paralelos.
Instantánea de la experiencia de Bougon en 1979.
Collin RENFREW, Paul BAHN
Arqueología. Teorías, Métodos y Práctica, Akal, Madrid, 1993, p.287
En junio de 1997 el también arqueólogo Bertrand Poissonnier repitió la experiencia, mejorando la técnica al hacer apoyar la piedra en rodillos sobre raíles e insertando unas manivelas en los mismos. Necesitó sólo 20 personas.
La misma piedra de Bougon, vuelta a mover en 1997.
Puede inferirse que en el pasado se dieron situaciones semejantes de mejora del método a la luz de los resultados de experiencias similares anteriores. En otros casos el perfeccionamiento del método se origina a partir de ámbitos diferentes al de la ingeniería de la construcción. Se dice que cuando la erección del Obelisco Vaticano en la Plaza de San Pedro se obligó a los asistentes a un silencio total bajo severa pena, imaginamos que tanto para facilitar la coordinación de las órdenes a los equipos como para dotar de una grave solemnidad al momento. La cosa no iba bien, las sogas amenazaban con romperse. Entonces, un marino de San Remo gritó: Aqua alle funi! (“¡Mojad las cuerdas!”). Las cuerdas empapadas aumentaron su resistencia y su fricción al girar en las poleas se redujo. Y de esta manera se consiguió levantar la mole. Ignoramos lo que de histórico hay en esta anécdota, pero lo cierto es que el humedecimiento de las cuerdas acabó siendo prescriptivo para el traslado de grandes cargas, como puede comprobarse en la siguiente ilustración.
Acarreo de una estatua sobre una narria. Obsérvese el operario que humedece la cuerda
Encyclopedie, s.v. ‘Sculpture’, tome 22, planche 25.
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