Bóveda de crucería de arista. Torres de Quart, Valencia

martes, 28 de diciembre de 2010

Proezas del transporte (2): La Prehistoria


La segunda experiencia de Bougon, citada en la entrada anterior, demuestra que cada hombre puede desplazar en un trabajo coordinado más de 1.500 k.

Un caso más reciente, que ha alcanzado una mayor repercusión por la fama del monumento, fue la erección de un trilito de las mismas dimensiones que los que conforman Stonehenge. La experiencia fue organizada por el ingeniero Mark Withby y el arqueólogo Julian Richards en 1997. De forma resumida, la operación supuso en el arrastre y la erección de dos jambas y su dintel correspondiente, réplicas en hormigón de elementos arqueológicos del Stonehenge “verdadero”. El sistema consistió básicamente en el arrastre de los monolitos sobre rodillos de madera (engrasados con sebo para reducir el rozamiento) con sogas de cuerda ( ¡de 145 m. de longitud !) y su erección mediante el basculamiento de la jamba en un hoyo. Para ello debió de construirse una rampa de tierra que finalizaba sobre dicho hoyo, y se asomó al vacío el monolito más de 1/3 de su longitud (es decir, cerca de su punto de equilibrio pero sin llegar a él). El basculamiento del monolito sobre el hoyo se hizo de una forma controlada e ingeniosa: se fue añadiendo peso al extremo de la pieza hasta que éste giró. La piedra quedó entonces dentro de su hueco en la base y apoyada en el terraplén formado por la rampa. Para la colocación en vertical se tiró de su extremo superior a a través de un caballete. Una vez los dos pies erigidos, el dintel se colocó mediante acarreo a través de una rampa de menor pendiente. La carga máxima desplazada fue de 40 Tm (cada una de las dos jambas). Se utilizaron 145 voluntarios en los trabajos. Los directores de la experiencia, extrapolando los datos de la misma afirman que con tal número disponible de trabajadores y con tal tecnología, Stonehenge –en rigor, la parte megalítica del monumento- pudo haberse construido en menos de una generación, unos 20 años. La conclusión de Withby: "I think these Stone Age men were pretty ingenious" (“Pienso que aquellos hombres de la Edad de Piedra eran muy ingeniosos”) nos parece meritoria. ¿Por qué? Aparte de que creíamos que Stonehenge está datado en la Edad del Bronce, porque no hace falta sino observarlo bien para llegar a esta conclusión, sin necesidad de extender kilómetros de cuerda ni remover cientos de metros cúbicos de tierra (o el simulacro equivalente). Otras experiencias posteriores  producidas por la misma cadena de medios audiovisuales (Nova, 2010), sugieren que pudieron utilizarse para el transporte grandes rodamientos de piedra (esferas) deslizados sobre una calzada de madera.
 
Varios documentos gráficos en relación con las experiencias de Stonehenge.

 



Este tipo de experimentos, por interesantes que puedan resultar, no dejan en nuestra opinión la cuestión resuelta. Atendiendo a la regla de las 3 P, vemos que es posible que esta fuera la tecnología empleada, puesto que su aplicación ofrece unos resultados semejantes. Es incluso probable, dado que la interpretación de la técnica se ha realizado basándose en el conocimiento arqueológico de la sociedad que produjo el objeto y a una suposición acerca de sus competencias tecnológicas. Pero no queda probado que fuera éste el sistema. La evidencia sigue siendo la misma: hubo una solución a los problemas de los desplazamientos, pues de otro modo el monumento no habría sido construido. Dicho de manera más simple: el monumento está ahí, luego lo hicieron. Otras soluciones conjeturales, basadas en los mismos principios y a partir de la misma tecnología, serían igualmente probables. Examinando el caso, pienso que se podría mejorar todavía el método, de manera que hicieran falta –por ejemplo- menos operarios para el desplazamiento horizontal de la losa de Bougon. Pero nunca se tendrá la certeza.

Para empezar, la recreación Withby-Richards, a la vista del documental, no puede considerarse arqueológica ni demasiado seria; la abundancia de medios modernos para solventar los problemas de aplicar una tecnología rudimentaria es apabullante. Pero incluso admitiendo que probablemente la técnica de construcción original sea muy similar a la reproducida, debemos de reconocer que el principal problema de la realización de Stonehenge es otro. Los pesos de sus monolitos, aunque grandes, no son extremos: son cargas que los constructores de Bougon desplazaban casi dos mil años atrás. Alguna de las canteras de Stonehenge se localizan en Marlborough, que dista unos 40 km. Semejante distancia recorrida por no uno, sino varias decenas de monolitos, sobre una calzada que tuvo forzosamente que existir y que no ha dejado huellas, (a lo que parece) permite plantearse de que la tecnología fuera todavía más desarrollada y que incluyera unas amplias labores suplementarias de ingeniería (las de caminos) y eventualmente la tracción animal, extremo éste que es negado en general cuando se analiza la tecnología de la Prehistoria. Suponemos que por que no hay evidencias arqueológicas de su uso en el contexto de las construcciones estudiadas. Pero tampoco las hay del empleo de rodillos de madera, cuyo existencia se acepta sin embargo por ser necesarios. O el caballete para acabar de izar el monolito hasta la vertical y que se parece sospechosamente a los representados en los relieves romanos. Actualmente los investigadores creen que los monolitos de bluestone proceden de canteras de Gales alejadas más de 250 km. lo que, en principio, hace descartar la hipótesis de un transporte exclusivamente por vía terrestre. Algunas experiencias realizadas en 2001 se revelaron sumamente dificultosas y un intento de transporte marítimo resultó fallido (ver más abajo). El transporte de una carga con varios embarques y desembarcos a lo largo de una gran distancia implica no sólo la organización de una comunidad, sino de todo un territorio.

En el caso del túmulo de Bougon, anterior en más de un milenio a la parte más antigua de Stonehenge (túmulo de tierra), la información consultada sobre de la reproducción de estas experiencias no nos ofrece propuestas verificables sobre la operación técnicamente más compleja: la colocación de un monolito de 90 Tm. de peso (casi el triple que el de la pieza trasladada en el siglo XX) que forma la cubierta de la cámara del túmulo A, que tiene además pilares exentos interiores. Las otras reconstrucciones llevadas a cabo y que se muestran en el parque arqueológico de Bougon se han ceñido a piedras de bastante menor peso y si pueden resultar instructivas como aproximación general de las técnicas en cuestión, están lejos sin embargo de resolver todas las incógnitas tecnológicas que estas construcciones plantean. 


 
Ejemplo de construcción de un túmulo en el Parque arqueológico de Bougon (Deux-Sèvres, Francia) con piezas cuyo peso mayor no excede de 4,5 Tm.


Lo verdaderamente  interesante sería utilizar la reconstrucción arqueológica en los casos más desfavorable. Por poner un ejemplo, trasladando el mayor monolito de Stonehenge durante 40 km. a través de la campiña de Salisbury, o desplazando hasta su ubicación definitiva las 90 Tm de la mayor losa de Bougon. Añadimos algunas propuestas para revivir las experiencias del pasado:


 
Interior del “Dolmen de la Menga” (Antequera, Málaga). Construcción tumular que se supone realizada en el Calcolítico (aprox. 2.500 a.C.) y una de cuyas losas de cubierta tiene un peso estimado de 180 Tm (es decir, el doble que el mayor monolito de Bougon y más de cinco veces el peso de la experiencia Mohen-Poisonnier).



 El Gran Menhir (Menhir brisé) de Locmariaquer (Morbihan, Bretaña francesa), de 20,6 m. de longitud inicial y 280 Tm. de peso (es decir, en torno a 7 veces el peso de una jamba de Stonehenge). Se data ca. 4700 a.C. 

No hay consenso acerca de si el Gran Menhir fue realmente levantado y después  derribado por un terremoto, o cayó, fracturándose en cinco trozos, en el momento de la erección. Otra hipótesis supone que fue rebajado por la parte inferior para hacerlo caer. El yacimiento de ortogneis más próximo dista 10 km. del emplazamiento. Como de costumbre, tampoco fue la única piedra gigantesca que hizo este viaje. Se ha supuesto para este ejemplo un transporte fluvial, atado a una almadía sumergida gobernada por piraguas (Le Roux). 


 
De nuevo se trata de una hipótesis sin evidencias arqueológicas, pero en consonancia con operaciones similares que se sabe que se realizaron en el Antiguo Egipto para el transporte de cargas notables, como los obeliscos (Se construía en dique seco un barco bajo el monolito que posteriormente era arrastrado por la crecida del Nilo. La diferencia es que los barcos egipcios llevan la carga en la cubierta y en esta propuesta ésta se halla sumergida pero flotante).  (Procedencia de esta imagen.) En 2000 se intentó un experimento basado en una idea similar para transportar una réplica de uno de los monolitos de Stonehenge (The Millenium Stone Project) que terminó en un rotundo fracaso: la piedra se hundió.

Son las experiencias realizadas a partir de los problemas específicos de estos casos los que realmente darían la medida del desarrollo tecnológico de las culturas prehistóricas, de la misma manera que en nuestra época dicho desarrollo se mide por los grandes estadios olímpicos y no por los modestos polideportivos municipales, aunque las técnicas para construir ambos tipo de equipamiento estén muy relacionadas.


Mis conclusiones propias sobre este asunto son las siguientes:

  • La reconstrucción de estas técnicas ofrecerá siempre hipótesis probables, pero no hechos comprobados. El razonamiento, aun apoyándose en las evidencias arqueológicas, no es sano:  ña premisa de que “de alguna manera lo hicieron” lleva al investigador a olvidar que en su cabeza hay varios milenios de desarrollo de técnicas basadas en los mismos principios, y al final a deducir que “una de ésas” es la que busca.
  • La evaluación del trabajo a partir de la técnica reconstruida o estimada siempre arroja un número de recursos (en operarios y horas-trabajo) que apuntan una sociedad mucho más desarrollada que lo que la Arqueología ha documentado hasta la fecha. Ante lo contradictorio de esta hipótesis se produce un re-planteamiento del problema tecnológico con vistas a desarrollar o sustituir las técnicas  previamente deducidas por otras de mayor efectividad, de modo que en cada “revisitación” la capacidad tecnológica para el mismo hecho se ve ampliada. Dicho de otro modo: cuanto más se considera el asunto de las antiguas construcciones, menos torpes resultan sus autores.
  • Las experiencias de reconstrucción arqueológica son parciales, tienen objetivos parciales o limitados en relación con el problema general, y se detienen cuando ofrecen resultados asimilables, aunque sean incompletos. Dan la impresión de llenar un hueco originado por una incógnita más que de proveer de una base a una investigación.

¿Quizá algún día las autoridades culturales o los medios de entretenimiento estarán dispuestos a financiar una “gran empresa prehistórica” de ingeniería civil?  Entretanto, como decíamos antes, la mera observación de las evidencias, nos sugiere la siguiente reflexión, con el permiso de Mr. Whitby: "Aquella gente de la Edad de Piedra era mucho más ingeniosa de lo que estamos dispuestos a reconocer".


Algunas referencias

Los  mayores monolitos del mundo    

Túmulo A de Bougon

Grand Menhir de Locmariaquer

Millenium Stone project

NOVA: Secrets of Lost Empires: Stonehenge (feb. 1997) - Experiencia Withby-Richards

Técnicas constrcutivas en Stonehenge

martes, 21 de diciembre de 2010

Proezas de transporte o la construcción épica (1)

Uno de los aspectos más llamativos de la construcción pétrea es indudablemente la resolución de los problemas derivados del movimiento de grandes pesos. En las próximas entradas pasaremos revista a algunos de los casos, no necesariamente los más espectaculares, cuya ejecución supuso un considerable esfuerzo tanto de medios como de ingenio por parte de los antiguos constructores. De entrada, debemos recordar que la filosofía de este blog es reflexionar sobre la construcción antigua a partir de su realidad material. Las especulaciones acerca de los medios auxiliares empleados, cuya deducción es precisamente el método para dar la solución al “problema” de cómo fue posible realizar los monumentos con despiece gigantesco, se alejan de nuestra intención porque precisamente tales medios -casi siempre efímeros- no suelen dejar en la propia construcción una huella significativa. El ejemplo clásico es el conjunto de técnicas que permitieron el acarreo y la elevación de los bloques utilizados para erigir la Gran Pirámide de Giza, obra que ha hecho correr ríos de tinta (puede el lector curioso recorrer Internet para darse cuenta de ello) y cuyo esclarecimiento, en nuestra opinión, está todavía lejos.

 
Una imagen tópica: el tamaño de los sillares de la Gran Pirámide


A las huellas de tipo arqueológico que puedan ser perceptibles en los propios monumentos o en su entorno, hay que añadir la información aportada por las representaciones históricas sobre estos trabajos. Salvo aquéllas que están próximas a nuestra época, y forman parte de nuestras coordenadas intelectuales por cuanto son informaciones de naturaleza técnica que nos son comprensibles, las imágenes que nos ha legado el pasado sobre estos trabajos extraordinarios –más adelante insistimos en que el movimiento de los grandes monolitos siempre debe de ser considerado así- han de ser estudiadas con cautela. Así, el célebre relieve del traslado del coloso de alabastro de Djehutihetep (¿XI Dinastía? 1932-1842 a.C.) ha suscitado controversias porque las cuentas no cuadran: con un peso estimado de 60 Tm. y arrastrado sobre una narria, los 90 operarios repartidos en cuatro tiros que aparecen resultan ser insuficientes (puede calcular mentalmente el lector el reparto de carga por trabajador para comprender que la escena tal cual se representa es inverosímil). Aunque se nos ocurren argumentos a contrario. ¿Y si la representación no está a escala proporcionada y el bloque no medía 12 codos (6,25 m.) de altura? ¿Y si no es agua del Nilo lo que un operario derrama delante de los patines de la narria para reducir la fricción? Hay que pensar que no se trata de una representación técnica, sino de una imagen conmemorativa; no hay por qué rasgarse entonces las vestiduras: el espectador comprende de inmediato lo que la escena quiere transmitir, sin necesidad de descender a los detalles.

 
Reproducción de la pintura mural de la tumba de Djehutihetep (Al-Bersha, Egipto) que muestra el traslado de su estatua colosal.


La siguiente imagen, por el contrario, procede de un documento técnico: la memoria del traslado del Obelisco Vaticano, dirigida por el arquitecto Domenico Fontana en 1586. Las 327 Tm. de peso fueron desplazadas e izadas contando con 900 hombres, 75 caballos y un sinfín de sogas, tornos y poleas. No hay lugar aquí para la especulación, puesto que todos los problemas y sus soluciones están detalladamente descritos. 

 
Detalle de la erección del obelisco del Vaticano, Roma.
Domenico FONTANA, Della transportatione dell’obelisco vaticano et delle fabriche di nostro signore Papa Sixto V (Roma, 1589)



Por nuestra parte, me gustaría apuntar varios aspectos:


El movimiento de grandes bloques ha sido siempre una actividad excepcional


 
Traslado de un monolito conmemorativo de un antepasado en Bawemataloeo (Isla de Nias, Indonesia). Se necesitaron 525 personas y 3 días de trabajo.


Es evidente que el desplazamiento de esta piedra es, aparte de un esfuerzo, un acto solemne. Tampoco el viajero que recorriera la región de Carrara en 1928 esperaría encontrarse con esta imagen, donde se adivina que el traslado del monolito ha exigido la construcción de una calzada ex profeso.


 
Transporte de uno de los monolitos del Obelisco del Duce (actualmente Obelisco del Foro Italico, Roma).
  Jean-Pierre ADAM, La Construcción Romana. Materiales y técnicas, Editorial de los Oficios, León, 2002, p.30



La realización de obras extraordinarias ha sido siempre asociada a los ojos de la posteridad a capacidades igualmente extraordinarias.

En la siguiente imagen vemos una representación de la construcción de Stonehenge por parte del mago Merlín, ayudado por los gigantes, tal como la imaginó un anónimo amanuense medieval. Añádase a esto que se dice que Merlín hizo trasladar los grandes monolitos del henge inglés desde Irlanda … por los aires. 


 
Merlín ayudado por los gigantes construye Stonehenge.
Miniatura de WACE, Roman de Brut  (British Library, Ms. Egerton 3028,), s.XIV.


En este sentido, son frecuentes en la tradición europea las leyendas que asocian las grandes construcciones al Diablo (por ejemplo, el acueducto de Segovia). Así que cuando leemos que las pirámides mesoamericanas o egipcias fueron supuestamente construidas por una civilización extraterrestre estamos ante la actualización de dicha leyenda. 



La falta de experiencia previa hace que el profano tienda a considerar el problema del movimiento de una magnitud superior a la que realmente es.   

Es frecuente que los datos de partida, que siempre son el peso, las dimensiones de la carga a transportar y la distancia, disparen la imaginación del estudioso. Yo he visto a un cantero jubilado trasladar por el taller un dintel que pesaba seis veces más que él sin apenas esfuerzo. Pero claro, había un buen firme y se trataba de un hombre con experiencia. 



 La misma Gran Pirámide de la primera fotografía, pero en una zona construida con sillares mucho más pequeños.




Las técnicas utilizadas son siempre la combinación de principios muy sencillos

Principios conocidos empíricamente a pesar de que aún no se hubieran formulado teóricamente: la ley de la palanca, la disminución del rozamiento mediante la disminución de la sección del apoyo, la multiplicación de la fuerza de tiro mediante el principio de polea, el concepto de centro de gravedad o de descomposición vectorial de la fuerza aplicada.



La acumulación de experiencias previas (de nuevo el conocimiento empírico) conduce a la optimización de la técnica.

Esto contrasta con tratarse de actividades poco frecuentes, de las que probablemente en muchos casos no había suficientes experiencias anteriores. Por ello debe de pensarse que las técnicas no se aplican de manera ya desarrollada, sino a partir de sus principios y es el propio hecho, la propia proeza, la que permite ir perfeccionando sobre la marcha el método. Un ejemplo claro es la experiencia realizada en Bougon (Deux-Sèvres, Francia), a través de la interpretación arqueológica de uno de estos sistemas de transporte. En agosto de 1979 se intentó desplazar un bloque de caliza de 32 Tm mediante los recursos que se supone debieron de poseer los constructores de los túmulos de Bougon (IV milenio a.C.). La operación fue dirigida por el arqueólogo Jean-Pierre Mohen. Necesitó el esfuerzo de 200 personas accionando tres grandes palancas (troncos de madera) y haciendo desplazar el bloque sobre raíles de madera paralelos.



 
Instantánea de la experiencia de Bougon en 1979. 
Collin RENFREW, Paul BAHN
Arqueología. Teorías, Métodos y Práctica, Akal, Madrid, 1993, p.287


En junio de 1997 el también arqueólogo Bertrand Poissonnier repitió la experiencia, mejorando la técnica al hacer apoyar la piedra en rodillos sobre raíles e insertando unas manivelas en los mismos. Necesitó sólo 20 personas.


 
La misma piedra de Bougon, vuelta a mover en 1997. 


Puede inferirse que en el pasado se dieron situaciones semejantes de mejora del método a la luz de los resultados de experiencias similares anteriores. En otros casos el perfeccionamiento del método se origina a partir de ámbitos diferentes al de la ingeniería de la construcción. Se dice que cuando la erección del Obelisco Vaticano en la Plaza de San Pedro se obligó a los asistentes a un silencio total bajo severa pena, imaginamos que tanto para facilitar la coordinación de las órdenes a los equipos como para dotar de una grave solemnidad al momento. La cosa no iba bien, las sogas amenazaban con romperse. Entonces, un marino de San Remo gritó: Aqua alle funi!  (“¡Mojad las cuerdas!”). Las cuerdas empapadas aumentaron su resistencia y su fricción al girar en las poleas se redujo. Y de esta manera se consiguió levantar la mole. Ignoramos lo que de histórico hay en esta anécdota, pero lo cierto es que el humedecimiento de las cuerdas acabó siendo prescriptivo para el traslado de grandes cargas, como puede comprobarse en la siguiente ilustración.


 

 
Acarreo de una estatua sobre una narria. Obsérvese el operario que humedece la cuerda
Encyclopedie, s.v. ‘Sculpture’, tome 22, planche 25.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Agujeros: técnicas


En una entrada anterior hemos recordado los útiles para realizar agujeros sobre materiales pétreos. Aquí mencionaremos muy someramente sus principales aplicaciones. Salvo el uso funcional ( barrenado para la extracción de bloques de cantera, o por la necesidad de perforar una pieza para insertar un vástago o fabricar un hueco ), los taladrados han tenido un uso muy limitado en el mundo de la cantería. No así en el de la escultura, ya que se ha utilizado profusamente en épocas diferentes.

Por lo general los agujeros se presentan como un recurso expresivo para marcar diversos detalles de las formas reproducidas, como elementos textiles, pupilas, comisuras, detalles vegetales, etc. Aparte de la imitación de una forma natural que puede exigir un taladrado, el contraste lumínico puntual que produce la sombra de un agujero sobre la superficie de una piedra ha sido siempre un recurso apreciado del lenguaje escultórico. 

 Plafón. Caliza de Albardos. Monasterio de Alcobaça (Leiria, Portugal), ¿s. XVIII?


Las perforaciones constituyen también un procedimiento de desbaste, particularmente sobre mármol, en donde se fijan la situación de los contornos del relieve. Esta técnica tiene una aplicación particular en el relieve a dos planos, puesto que se trata de realizar un “troquelado” de los límites del dibujo de la superficie. 

 Capitel decorado con la técnica denominada “panal de avispa”. 
Mármol. Medina Azahara (Córdoba), s. X.

En el caso de relieves modelados, la utilidad de los trépanos alcanza también a la tercera dimensión: no solamente se individualizan los contornos sino que el fondo de los agujeros marcan las alturas relativas del bulto respecto del plano inferior.  En las fotografías siguientes, que pertenece a la misma serie que la representación de la Escultura del Campanile del Giotto, se aprecia bien como el artífice ha utilizado el trépano para marcar tanto los contornos de los detalles como la profundidad del relieve. 

 Detalle de la representación de un telar del Lanificium (Arte de la Lana). Panel hexagonal del primer cuerpo del Campanile de Giotto (1334-1337). 
Mármol. Taller de Andrea Pisano. Florencia, Museo dell’Opera del Duomo.


En éstas además, los agujeros sirven de recurso plástico, dotando de expresividad a las facciones del rostro de Hércules y para resaltar el volumen de su barba. También como contrapunto necesario para definir la naturaleza del elemento vegetal, compuesto por ramas de roble. 



Dos detalles del relieve de Hércules venciendo a Caco. Panel hexagonal del primer cuerpo del Campanile de Giotto (1334-1337). 
Mármol. Atribuido a Andrea Pisano. Florencia, Museo dell’Opera del Duomo.


Llama la atención la diferencia de acabado entre las dos imágenes, que pertenecen a una misma pieza. De hecho, la masa de hojas está claramente inconclusa, y el prolijo trabajo de trépano tiene la evidente intención de crear un efecto “impresionista”. Entre otros motivos, porque el relieve en su emplazamiento original se encontraba a muchos metros por encima del suelo. Parece que en tiempos de Andrea Pisano, como en los nuestros, también se tenía que trabajar con prisas, y ya se aplicaba el viejo refrán que dice que “en las alturas, las telas de araña parecen molduras”.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Bujardas y martillinas

Hasta hace poco tiempo, la bujarda o cucarda era la herramienta característica del trabajo del cantero, de tal modo que hace 25 años bastaba que el curioso viera una en la caja o arquilla de herramientas de un operario trabajando una piedra para deducir que era un profesional, y no un albañil metido a picapedrero, o un aficionado. En la actualidad, aunque todavía pueden encontrarse bujardas en ferreterías especializadas (de mediocre calidad, por cierto), los procesos de trabajo en los que intervenía la bujarda accionada manualmente se han sustituido por herramientas neumáticas, o cabezales de máquinas eléctricas.



La bujarda consiste en un martillo de cabezas cuadradas, provistas de una serie de puntas de diamante iguales. Cada una de las caras suele tener puntas de distinto grueso. La función de la bujarda es regularizar la superficie de trabajo, pues al impactar varias puntas al unísono que forman el mismo plano, el resultado se va aproximando a dicho plano. La fabricación de una bujarda, antes de aparición de la fundición en molde, revestía una cierta complicación pues a un martillo de sección cuadrada había que trabajarle las caras, calentadas al rojo en la fragua, con limatones triangulares. Lo mismo sucedía cuando había que aguzar los dientes tras haberse desgastado por el trabajo –lo que, dicho sea de paso, obligaba al desmangar y enmangar el útil cada vez que iba al herrero-.  Probablemente por ello no debieron tardar en aparecer bujardas con las cabezas recambiables, en los que cuando se desgastaban las puntas, no había sino que desmontar la cabeza para sustituirla por una nueva. Eventualmente, según se van dando pasadas con bocas con puntas cada vez más pequeñas, se pueden sustituir unas bocas por otras.  El sistema de fijación de la cabeza es siempre el mismo: se trata de encajar un avellanado que tiene la cara posterior de la boca en un saliente cilíndrico del martillo del mismo diámetro, formado por dos mitades que se acuñan para fijar la boca. Los detalles de esta fijación varían mucho: el saliente puede formar parte del martillo, aunque no es recomendable porque constituye una zona frágil, y lo más habitual es que las dos mitades vayan alojadas en un agujero y se acuñen con un pasador de acero.  La bujarda de este tipo cuya imagen mostramos, tiene un valor especial para el que esto escribe porque perteneció a Constantino de la Torre, mi abuelo paterno, albañil examinado de Rábano (Valladolid), y también algo cantero. Puede datar de los años 30 del siglo XX.



La fabricación de bujardas de una pieza se debe a la necesidad de trabajar con piedras duras, cuyo golpeo continuado afecta a las articulaciones de las piezas que componen una herramienta de bocas recambiables (1).


“Escultura: Diferentes herramientas para trabajar el mármol” nº 29: Martellina (Marteline) . Enciclopedia (1771)

La bujarda suele tener una sección de hasta 50 x 50 mm. y las bocas se disponen en series de 2 x 2 hasta 12 x 12 puntas, generalmente, y un peso en torno a los 3 Kg.. Si el útil es mucho más pequeño se denomina martellina o martillina, y a pesar de que es semejante en todo a su hermana mayor, no se las debe confundir, pues no se deberían de utilizar para los mismos procesos. Y al especificar esto es necesario indicar que el uso de la bujarda y de la martellina no se ha regido siempre por un buen criterio: volveremos a ello pronto, si es posible. Añadiremos que con las caras de la bujarda –cuyas puntas definen un plano- se pueden labrar superficies planas y convexas de cierta amplitud, pero no cóncavas estrechas (mdiacañas, por ejemplo). Para esto existía una bujarda de cabeza convexa, de la que conocemos sólo un nombre: mataperros. Dada la dificultad de encontrar un herrero hábil y conocedor de los temples, quien tenía una de estas bujardas tenía verdaderamente un tesoro.


A pesar de ser una herramienta tan propia –pues muchas de las otras herramientas que suelen verse entre las manos de un cantero se comparten con otros gremios de la construcción, o de la madera-  las bujardas son una de las últimas innovaciones del utillaje dentro de la historia de la cantería. BESSAC afirma que las primeras huellas inequívocas se constatan en las canteras de Carrara durante el siglo XVII (1). En el último cuarto de este siglo es cuando se encuentra la representación más antigua conocida, tanto de la bujarda como de la martellina, en el mismo documento


“Herramientas para el trabajo de Escultura.”  E. Martellina (Marteline). F. Ojal de la martellina. N. Bujarda (Boucharde). O. Los dientes de la bujarda en planta.
 (André FELIBIEN DES AVEAUX , Des principes de l’architecture, de la sculpture et de la peinture. Paris, 1676, p.313.)

En la lámina se ve con claridad que la boucharde no es un martillo sino un cincel especializado en apurar el desbaste del mármol: un martillina de mano y no de mango (2).  Por otro lado, la diferencia de configuración entre las dos herramientas con el mismo nombre (marteline) de las dos imágenes anteriores a las que separa un siglo nos sugiere que estamos ante una herramienta que todavía está evolucionando, hasta encontrar su forma estable.

Las huellas de la bujarda martillo comienzan a aparecer por doquier en las construcciones europeas a partir de la primera mitad del siglo XIX. Estos escasos datos fiables han hecho suponer al gran investigador que el origen de la herramienta es la martellina, desarrollada para aproximar las superficies en mármol y que en el siglo XIX este útil derivaría en uno mayor, la bujarda, primero para desbastar piedras duras y más adelante para acabar paramentos en el mismo tipo de material. Por nuestra parte no indicaremos sino que el uso de bujardas es anterior al menos en un siglo:  las superficies abujardadas aparecen en la Fachada barroca de la Catedral de Girona, obra comenzada hacia 1680 y rematada -provisionalmente- en 1733. Se trata siempre de superficies que no quedan a la vista, mientras que las caras visibles de la sillería se acaban a escoda y las molduras apomazadas, conforme a la técnicas al uso.  

 
En la cubierta pétrea del Campanario de la misma (finalizado en 1764) los acabados de las piezas son todos abujardados. 


 

Y, para que no haya más que pedir, hay un dintel acabado a bujarda en una puerta del Barri Vell de la misma ciudad que está fechado en 172[9] lo que nos proporciona una inequívoca data ante quem del uso de esta herramienta.

 

No obstante, el uso de bujardas en fecha tan temprana no es frecuente y nos remitimos a las fechas propuestas por Bessac para su difusión. Salvo que de trate de una adaptación de la martellina por parte de los picapedrers gironís  las bujardas de la Catedral tienen probablemente un origen foráneo, del otro lado de los Pirineos, ya que la ciudad tuvo en aquella época una intensa relación con artistas y artesanos del país vecino (G. DOMÉNECH, Artistes i artesans a Girona)

Algo más:



Notas

1. La única casa de la que sabemos que fabrica –o fabricaba hasta hace poco- en España este tipo de bujardas es Herramientas Pino (Edelmiro Vázquez), de Pontevedra

2. J.C. BESSAC, L’outillage traditionnel du tailleur de pierre, Paris, CNRS, 1987, p. 84.  Tenemos una referencia verbal del uso de la bujarda en Piamonte ya en la primera mitad del s.XVI, pero no hemos podido contrastar esta información.

3. BESSAC, op. cit, p.80, indica que bajo el término boucharde se suelen designar indistintamente los dos útiles, el cincel (le ciseau boucharde) y el martillo bujarda ( la boucharde).

domingo, 31 de octubre de 2010

Agujeros: las herramientas

Actualmente, para realizar un taladro en una piedra o en otro material de construcción se recurre a un taladro eléctrico o neumático, es decir a una máquina que produce el giro de una broca helicoidal, salvo que el diámetro sea muy grande. La broca helicoidal fue inventada en 1860 por Martignon; su diseño permite que el material procedente de la perforación no estorbe la propia operación y ascienda a la superficie. Los filos de corte de la broca suelen ser widia (carburo de wolframio/tungsteno), una aleación creada en 1926 por la acería Krupp/Stahl. Si tenemos en cuenta que el mecanismo de rotación para producir un taladro es probablemente una de las técnicas más antiguas desarrolladas por el hombre –piénsese en la rotación de un palo cilíndrico sobre otro para producir fuego- la verdad es tras la sencilla operación de realizar un agujero en la pared para colgar un cuadro hay una gran evolución, aunque el principio no ha variado desde la Prehistoria. En esta entrada vamos a repasar los principales útiles tradicionales para realizar taladros en material pétreo.

 
Perforaciones realizadas en un panel de yesería. Mihrab de la mezquita de Córdoba. S.X



Barrenas

Es el procedimiento más sencillo. Se trata de golpear la barrena, un hierro cilíndrico largo acabado en filo, e ir girándolo a cada golpe. En las canteras fue posiblemente el único de los sistemas de perforación empleados. Una vez realizados los taladros alineados y de una cierta profundidad, en ellos se alojaban las cuñas o cuñeros, y mediante golpes con mazo se lograba arrancar el fragmento de piedra (mucho más tarde se utilizaron cartuchos de pólvora). La barrena de cantera se denomina pistolete. Era una operación que debían realizar dos operarios: uno sujetaba el pistolete y el otro daba los golpes (y desde luego, se turnaban). Los canteros viejos recuerdan que además tenían que ir provistos de una cuchara de mango muy largo para extraer el polvo y los fragmentos de piedra del fondo del barreno.

En el taller se utilizaban barrenas de menor tamaño, que un solo operario hacía girar con ambas manos y en ambos sentidos. Para facilitar la operación algunas barrenas tenían un contrapeso sobre la broca.  En el siguiente relieve egipcio aparece un útil de estas características, un vástago de madera que tiene engastado como broca una cuchilla de sílex. Hay un contrapeso en la parte superior y una mejora interesante: una manija sobre el contrapeso para accionar la broca. Constituye el embrión del berbiquí.
 

 Representación de dos artesanos vaciando vasos de piedra según un relieve (Tumba de Mera, Saqqara, VI Dinastía)  (J. DE MORGAN, Recherches sur les origines de l'Égypte, T.1, Paris, 1896, fig. 497). A la derecha, restitución del útil según J.C. BESSAC, L’outillage traditionnel du tailleur de pierre, Paris, CNRS, 1987, p. 233.




Trépanos de cuerda


 
 
Herramientas de marmolista. Berbiquí (39). Trépano (de volante) (41). Broca y fresa (40,42), Portabrocas (43. Atención: se ha representado invertida. La broca es la punta de la parte superior –A-, el extremo que se apoya en el tope es –C-), arcos (44, 45), tope (46). L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des metiers, t. 22, pl.XIV (1771)




Herramientas de escultor. Trépano (de volante, sin broca) (drille, 30). Trépano (de cuerda) con tope (31. Está invertido). Arco (33). Encyclopédie, t. 25, pl. IV.


 
Trépano de cuerda (32), berbiquí (22) y espiral (33) (A. SÁNCHEZ PÉREZ, Manual del cantero y del marmolista, Madrid, 1884)
La rotación producida por las manos es sustituida por una cuerda alrededor del vástago, o portabrocas, de madera. Los ejemplos más sencillos funcionan enroscando toda la cuerda tirando de ella (SÁNCHEZ, fig. 32). La perforación avanza, por lo tanto, en un solo sentido de giro. La cuerda podía ir también enlazada al portabrocas y se tiraba de ambos extremos, con lo que la broca giraba en ambos sentidos. De nuevo se necesitan dos operarios para este trabajo, uno para sujetar el útil y el otro para tirar de la cuerda (Encyclopédie, fig. 31). 
El siguiente estadio fue la de acoplar la cuerda a un arco. Se han encontrado portabrocas de madera del Antiguo Egipto que demuestran que ya se utilizaba este tipo de trépano de arco (1). El  arco volvía a permitir que la herramienta fuera utilizada por una sola persona, aunque podría ser empleada por dos, si el trabajo tenía que ser muy preciso (uno guíaba la perforación y el segundo accionaba el arco). Hay recuerdos entre la gente del gremio de esta herramienta, conocida como violín, por la semejanza del arco con el del instrumento musical. 
Por fin llegamos al trépano de escultor o de volante (2). Se trata de acoplar la cuerda a un volante, que al girarlo sobre el portabrocas enrosca la cuerda. Una vez tensada se empuja el volante hacia abajo y la cuerda se enrosca y desenrosca, con un mecanismo semejante al de un yo-yo, produciendo giros en ambos sentidos. La representación más antigua conocida de esta herramienta está en el Museo dell’Opera del Duomo de Florencia, en un relieve que representa el arte de la Escultura. 

La Escultura.  Panel exagonal del primer cuerpo del Campanile de Giotto (1334-1341), atribuido a Andrea Pisano. Florencia, Museo dell’Opera del Duomo.
  

 
Unos 70 años más tarde Nanni di Banco o uno de sus colaboradores representará a un escultor en acción con este artilugio en la iglesia florentina de Orsanmichele. Todavía hoy en día es posible encontrar trépanos de este tipo, de dimensiones reducidas, en los talleres de algunos orfebres.

 Detalle de la hornacina de los Cuatro Coronados, exterior de la iglesia de Orsanmichele, Florencia. Obra de Nanni di Banco (1409-1417) 

  
Trépano sin fin

Se trata de una variante del trépano de volante en el que éste y la cuerda se sustituyen por un portabrocas metálico de doble hélice en la que el desplazamiento de un pomo hacia abajo origina el giro, siempre en el mismo sentido. Bessac (3) dice que no fue un útil muy difundido y que su aparición debe de datar de finales del s. XIX. Lo encontramos en el Manual de Sánchez de 1884, bajo el nombre de espiral (ver imagen supra, núm. 33). Quizá se trata de la última de las innovaciones antes de la aparición del taladro-máquina.



Berbiquí



Según Flinders-Petrie, la representación más antigua de esta herramienta data de 1523 (4). Es un instrumento que todavía puede encontrarse en algún taller de ebanistería. El portabrocas se ha convertido en una manivela, y el giro se produce mediante el giro de la mano. Este sistema tiene una imponderable ventaja, que es el control de la velocidad de giro y, por lo tanto, de la precisión del trabajo. 
 
Salvo el barrenado para la extracción de bloques de cantera, o por la necesidad de perforar una pieza, los taladrados han tenido un uso muy limitado en el mundo de la cantería. No así en el de la escultura, ya que se ha utilizado profusamente en épocas diversas.


Notas.

    1. BESSAC, op. cit. p.233
    2. "Foret à pompe", según BESSAC, op. cit.
    3. Op. cit. 234, 246.
    4. W.M. FLINDERS PETRIE, Tools and weapons illustrated by the Egyptian collection in University college, London, and 2,000 outlines from other sources, Londres, 1917, p.39, lam. XLIII, Nº 28. Por desgracia, no identifica el documento en el que aparece.

 

sábado, 2 de octubre de 2010

En el principio fue la roca



Cuando se contempla una construcción monumental realizada en piedra, la mayoría de los espectadores no reparan en que todo ese volumen de material debió de salir de algún sitio. De algún lugar hubo que arrancar las piedras que se fueron colocadas después ordenadamente. En algunos casos todavía  podemos reconocer la huella, la cicatriz que tal actividad produjo. A veces se extrajo piedra para una única construcción, y a veces era un único yacimiento el que abasteció a un territorio más o menos amplio durante generaciones hasta su agotamiento, o hasta que la dificultades de  extracción y transporte encarecían costosamente el suministro. Además hay que tener en cuenta que casi todos los terrenos tienen un dueño, y que por lo tanto, el material no resultaba gratis. Y que determinados trabajos exigían que el material reuniese una serie de condiciones. Por lo general se reconoce que siempre que se podía se escogía un material más compacto para los cimientos y la zona del edificio que está en contacto con el terreno, un material homogéneo y fácil de labrar (la piedra franca o mollar) para los trabajos de talla fina y un material ligero para cubrir los espacios en el caso de que hubiera bóvedas. Esto significa una diversidad de procedencias y por lo tanto tener que recurrir a varias canteras. 

El transporte era también un asunto complicado, porque "abrir cantera" implicaba a su vez tener que construir o acondicionar caminos. Los materiales lujosos procedían también de lugares lejanos. Parece que antaño los constructores se encomendaban a estas tareas con bastante ánimo. Las columnas marmóreas del Palatium del Parque arqueológico de Carranque (finales del s. IV d.C.) proceden de varias canteras de Anatolia y  del Mediterráneo oriental. La columna de la fotografía está tallada en marmor phrigium, cuyas canteras todavía se explotan en Afyon (Turquía). Seguramente no fue encargada ex profeso y dio varios tumbos por  los principales puertos comerciales del Mediterráneo hasta llegar hasta aquí. Pero sigue habiendo más de 4.000 km. entre el yacimiento y la construcción.

Las épocas de gran actividad constructiva han dejado canteras que podemos considerar monumentales, como la cantera romana del Médol, que abasteció a la antigua Tarraco (hoy Tarragona), y las latomías de Siracusa, carvernas artificiales que una vez amortizadas como canteras, tuvieron otro usos, como prisión. Es famosa la llamada Orecchio di Dionisio, bautizada así por el pintor Caravaggio.

Ejemplos tan impresionantes no nos deben hacer olvidar los innumerables frentes, cuevas, acantilados, cortados y  hoyos que hay todavía próximos a los núcleos de población más pequeños y que testimonian el origen primero de sus monumentos y construcciones. Los de las ciudades grandes desparecieron con su expansión urbana (salvo casos raros, como la de Las Pedreres, en Girona). En ocasiones la propia cantera, al aprovecharse un estrato subyacente, se colmata una vez extraída la piedra (piedra de Villamayor, popularmente conocida como "piedra de Salamanca" ); los caminos de concentración, los vertederos descontrolados, los movimientos de tierras en fincas rústicas y la vegetación han desfigurado u ocultado también muchos de los lugares donde nuestros monumentos empezaron a ser realidad.


Antigua cantera de arenisca roja en el paraje "La Lastra", cerca de Medinaceli (Soria). En un primer momento se utilizó para proveer de material a las construcciones del municipio romano de Ocilis (Medinaceli villa), extrayéndose grandes bloques. Posteriormente sirvió para sacar losas y piezas más discretas ('lastras' o 'lanchas'). Fotografía tomada en el año 2003. 




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